El infierno: un desprecio al amor y a la misericordia de Dios

hace 3 años


  • Seguimos meditando las postrimerías del hombre:  En definitiva, el infierno existe y no está vacío, el diablo y sus secuaces lo habitan, buscando como leones rugientes hombres y mujeres a quienes seducir alejándolos de la comunión con Dios y con el prójimo.


 

Pbro. Alberto Castillo Bravo/ formador del Seminario

La palabra “ infierno “ (infernus) refiere en latín a lo que está debajo, en el puesto inferior, el lugar subterráneo de los muertos. En el mundo bíblico del A.T. se habla de un lugar que no hace diferencias entre buenos y malos, el Sheol, que es simplemente destino de todos los muertos (Jb 30,23).  Un lugar - enseña Juan Pablo II en la audiencia general del 28 de julio de 1999- de tinieblas (cf. Ez 28, 8; 31, 14; Jb 10, 21 ss; 38, 17; Sal 30, 10; 88, 7. 13), una fosa de la que no se puede salir (cf. Jb 7, 9), un lugar en el que no es posible dar gloria a Dios (cf. Is 38, 18; Sal 6, 6).

Sólo después de un largo camino reflexivo, Israel diferencía  la condición de los muertos bienaventurados de la de los rebeldes a Dios. Entonces,  llamará Geenna, al lugar de los cadáveres de los hombres rebeldes a YHWH, donde el fuego no se extingue y el gusano no muere (Cf. Isaías 66, 24).

 

Anuncio de Jesús

En el Nuevo Testamento Jesús usa 12 veces el término Geenna retomando la imagen de Isaías 66 al presentarlo como el lugar al que son arrojados los malvados (Mateo 5, 29-30; 10, 28; 18,9) con el tormento del fuego  (Mateo 5, 22; Marcos 9, 43; Judas 3, 6) y del gusano (Marcos 9,48) que no terminan.

Jesús anuncia en términos graves que "enviará a sus ángeles [...] que recogerán a todos los autores de iniquidad, y los arrojarán al horno ardiendo" (Mt 13, 41-42), y que pronunciará la condenación:" ¡Alejaos de mí malditos al fuego eterno!" (Mt 25, 41) (Cf. catecismo de la Iglesia Católica 1034).

También el Apocalipsis representa plásticamente en un «lago de fuego» a los que no se hallan inscritos en el libro de la vida, yendo así al encuentro de una «segunda muerte» (Ap 20, 13ss). Por consiguiente, quienes se obstinan en no abrirse al Evangelio, se predisponen a «una ruina eterna, alejados de la presencia del Señor y de la gloria de su poder» (2 Ts 1, 9) (Cf. Juan Pablo II audiencia general 28 de julio de 1999).

 

Pronunciamientos doctrinales acerca del infierno

En sus pronunciamientos los credos antiguos y los Concilios, buscan expresar las verdades esenciales de la fe, veamos que tienen que decirnos acerca del infierno.

Un credo del siglo quinto afirma que  quienes han hecho el bien resucitarán para la vida eterna y quienes han hecho el mal irán al fuego eterno.

El papa Benedicto XII en su pronunciamiento Benedictus Deus de 1336 dirá :  las almas de aquellos que mueren en pecado mortal, inmediatamente después de la muerte descienden al infierno, donde son atormentados con penas infernales.

Podríamos decir pues que el infierno existe como “ lugar “ de castigo definitivo; qué es el destino de aquellos que mueren en pecado mortal y que se sufren penas en él.

Esto mismo lo encontramos en el 1035 del catecismo de la Iglesia Católica:

La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno.

 

¿Quiénes van al infierno?

Según cuanto hemos visto van al infierno quienes mueren en pecado mortal. Esta condición lo escribe así el Catecismo en el 1033:

“Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra "infierno".

Consiste pues en no acoger el amor misericordioso de Dios por nuestra propia y libre elección y así privarnos de la comunión con Él y con los santos.

Atención a que el infierno como condición final del hombre es el resultado de una autoexclusión, fruto de la iniciativa personal de aquel que queda excluido. Dios no manda a nadie al infierno, Él a nadie destina para que vaya al infierno. El infierno lo elige aquel que no acepta vivir en la comunión con Dios y con el prójimo. El infierno es la lejanía en la que el alejado ha elegido vivir. Según enseña Juan Pablo II en la catequesis mencionada, la sentencia del juicio divino ratifica la opción tomada por la libertad del hombre.

 

¿Quién está en el infierno?

Según Mateo 25, 41 el infierno es el lugar preparado para el diablo y sus ángeles, no es un lugar preparado desde la creación del mundo como el Reino ( Mateo 25, 34) sino que ha surgido después, ya que de Dios todo ha sido creado bueno y sólo el bien surgió. El Concilio IV de Letrán dice:

“El diablo y los demás demonios, por Dios ciertamente fueron creados buenos por naturaleza; más ellos, por sí mismos se hicieron malos. El hombre, por sugestión del diablo pecó”.

Y prosigue cuando habla del juicio a quienes han obrado mal:

“Recibirán con el diablo castigo eterno”.

Entonces, en definitiva, el infierno existe y no está vacío, el diablo y sus secuaces lo habitan, buscando como leones rugientes hombres y mujeres a quienes seducir alejandolos de la comunión con Dios y con el prójimo.

 

Dios tiene un solo plan: salvar al hombre que ha creado

 

Dios no ha creado a nadie para condenarlo, a nadie crea predestinado a ir al infierno (Cf courtesies  Católica 1037). El plan de Dios lo expresa Efesios 1, 4:  Dios nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo, para que fuéramos santos y sin mancha delante de Él, por el amor.

Lo que Dios quiere es que todos los hombres se salven (uno Timoteo 2, 4); para eso envió a su Hijo: no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él (Jn 3,16-17); por eso es paciente esperando de todos que volvamos a su amor: no queriendo que nadie perezca, sino que todos vengan al arrepentimiento (2 Pe 3, 9).

 

Una oferta de amor

Dios es siempre amor gratuito e incondicional y nunca cambia. Si el infierno existe y es una posibilidad real como destino último, éste no es un problema de misericordia de parte de Dios sino que el hombre elige autoexcluirse del amor, cerrarse en su egoísmo, no dejarse conmover por la relación positiva con el cosmos, con el prójimo y sobretodo con Dios. Puesto que la oferta es una oferta de amor, requiere de la aceptación libre del hombre para que esa relación se efectúe, imposible vivir de otra manera el amor.

Por eso en el anuncio que Jesucristo nos hace el Evangelio está lleno de exhortaciones a elegir un estilo de vida, los deseos por los que nos dejamos mover, las inquietudes que nos relacionan con Dios y con el prójimo abriendo nuestro corazón a ellos o cerrándolo.

La importancia trascendente de nuestras decisiones queda muy clara en el juicio final de Mateo 25, 31-46; en la indiferencia de Epulon  ante Lázaro (Lc 16, 19-31); en la declaración de Jesús: no los conozco a ustedes que hacen el mal (Mateo 25, 12). El Evangelio además, está lleno de advertencias sobre la necesidad de convertirnos y permanecer vigilantes a las inspiraciones de Dios en nuestras vidas (Marcos 13, 35; Lucas 12, 39; Mateo 25, 13).

Si bien Dios es permanente amor incondicional, es irresponsable de nuestra parte minimizar estas exhortaciones de Jesús puesto que un amor que nos invita requiere ser correspondido en el amor a dios y al prójimo.

 

La actitud cristiana: amor vs temor

El anuncio que Jesús nos trae es el de la llegada del amor de Dios a nuestras vidas, la llegada de su Reino que ha vencido el mal y la muerte. El anuncio que Jesús nos trae es un anuncio de esperanza qué nos levanta y nos anima.

La misión del cristiano es vivir con la mirada fija en Cristo dejando que su estilo de vida modele la nuestra y allí donde encontramos el amor ya no hay temor, se vive en la libertad de los hijos de Dios.

Hemos de vivir atentos y vigilantes o quedar nunca cerrados en el egoísmo y la autosuficiencia si no abiertos y agradecidos en la relación viva con Dios y con nuestros hermanos pues, estamos seguros que hemos vencido a la muerte por qué amamos a nuestros hermanos como Cristo.

Vivir construyendo el Reino o haciendo de nuestro entorno un infierno no es algo que está al final del camino sino en nuestra manera de conmovernos, amar y servir cada día. La invitación de Jesús es clara, su gracia poderosa y abundante mas, tan grande es Su amor que, no nos forza a corresponderle. El infierno es la posibilidad de darle la espalda, pero… ¿Tú lo harías?

 


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